FÁBULA DEL CALAMAR QUE QUISO SER ACTOR
Al salir de la Academia de Artes, el calamar sólo pudo conseguir papeles de segunda, personajes alienígenas en películas de ciencia ficción que no le permitían ni siquiera hablar.
—Este medio es difícil para los calamares, debes tener paciencia —le explicaba su representante.
Su novia, para animarlo, le aseguraba que pronto llegaría su gran oportunidad: los papeles extraterrestres, además, no eran tan malos; les permitían pagar la renta y sobrevivir. Pero a él ninguna palabra lo complacía, y se moría de ganas de trabajar en una obra de teatro en el Art Scene de la capital o en un filme independiente.
Una vez, había hecho un papel en una película de Ridley Scott: encaró el personaje con soberbia, desplegó sus ocho brazos con gran concentración dramática. Su participación consistía en atacar al protagonista en la esquina de una cueva. A pesar de que la luz no lo favorecía, su toma había resultado grandiosa: el maestro del “cyberpunk” elogió su trabajo. En la fotografía que conservaba en la pared, aparecía estrechando la mano de Scott con un tentáculo mientras sonreían para la cámara.
Aunque las cosas con su novia iban bien, en los últimos meses él había comenzado a preguntarse si ella era lo indicado. Después de todo, él era un calamar. Aun así, cada noche la abrazaba cúbicamente y, después de hacer el amor, se quedaba dormido esperando que la duda pronto abandonara sus tres corazones.
Cuando llegaron los extraterrestres, todo cambió para ellos.
Del platillo volador que aterrizó en la Casa Blanca, descendieron cefalópodos que saludaron con especial cortesía al presidente y a sus cuatro hijas al mismo tiempo. La prensa estaba vuelta loca con la nave espacial y su línea deportiva. En los medios del mundo se transmitían las imágenes de los viajeros espaciales que habían esperado milenios para conquistarnos con su personalidad. Además, traían un mensaje de paz apoyado por una insuperable campaña publicitaria.
Durante los días que siguieron a su llegada, una cadena de televisión reparó en la presencia del calamar: actor de cine y antiguo miembro de la comunidad. En la entrevista que le hicieron, habían insistido en preguntarle por la increíble sensación de ver la llegada de sus ídolos del espacio. Si bien el calamar terminó por cortesía la entrevista, una rabia que no era de su especie lo invadió. El reportero no había parado de lucirse y ponerlo como el primer fanático de las nuevas celebridades.
A causa de esta experiencia, el calamar decidió mantenerse ajeno a la conmoción que invadía la Tierra. Consiguió trabajo en un supermercado y, sin importar la opinión de su novia, se quedó allí.
Mientras tanto, los calamares galácticos obtuvieron papeles estelares en películas de alto presupuesto internacional. Se rodaron versiones nuevas de viejos clásicos con ellos como actores principales. Incluso representaron la historia de su propia llegada para el cine.
En medio de esta manía planetaria, comenzó la guerra.
Las naves que neutralizaron las bases de todas las potencias terrestres aparecieron como de la nada para sorprender a los humanos. Los alienígenas habían esperado su momento de mayor popularidad para tomar el control. El enfrentamiento fue breve y careció de valor fílmico para ambos bandos. La escasa superioridad armamentista de los extraterrestres se vio rápidamente respaldada por novedosos métodos de control y propaganda. Los cefalópodos dominaron a la humanidad con persuasivos mensajes en las redes sociales y medios de comunicación.
Pasarían varios años antes de que las personas pudieran expulsar a los invasores y sacudirse el encanto que los sometería de manera total.
Un día el calamar miró por televisión y sin entusiasmo los festejos mundiales, y supo que todo acabaría pronto. Durante las largas asambleas que siguieron a la victoria, se decidió que el calamar sería fusilado junto a un grupo de verdaderos traidores y vendemundos.
Para su ejecución, pidió que no se le permitiera a su novia estar presente. Su última voluntad fue ver una vez más los viejos filmes en los que él mismo invadía la Tierra o devoraba personas en su propio planeta, muy lejos de nuestra galaxia.